Faustino Romo Martínez.
“El respeto , la fe y el aprecio a las imágenes religiosas lo aprendí de mi abuela Catalina Antonio Méndez, ella es una mujer muy sabia y sumamente creyente, pues desde que tengo uso de razón, en la casa donde nos criamos por sus manos, la parte central siempre esta ocupada por su mesa de santo, ahí están dispersos y ordenadamente vírgenes, apóstoles y niños dios, entre imágenes de cuadro y de bulto, la mayoría son herencia de sus familiares y regalos de amistades también, pues dice según su creencia, es cuando son más efectivos al momento de pedirles algún milagro”, detalla el artista.
Comenta que antes de partir hacia el mercado para ofrecer sus productos, no se permite pasar de largo sin antes pararse en su mesa de santo, agradecer la generosidad que le han dado para poder obtener el medio para conseguir el pan de cada día, y pedir por una buena venta y feliz retorno, finaliza persignándose y parte hacia el destino fijado.
“Así mismo cuando llega de visita en alguna casa, siempre y cuando sea católica y también tenga su mesa de santo a la vista, ella va con toda humildad y reverencia a pedir por los moradores y agradecer el buen recibimiento que le dan. Así es como yo aprendí a amar y respetar mi religión, esa que mi abuela “sagrada” me enseño y que ahora recuerdo siempre ha estado presente en mi camino”, asegura.
Indica que esta habilidad nadie se la enseño y este noble oficio de la restauración sacra, ocurrió así, como un soplo divino que llega como encomienda desde una orden celestial.
El inicio.
“Dentro de los hogares católicos la gente tenía sus altares en los que se encontraban sus vírgenes, santos y niño Dios, “los otros damnificados”, cientos de ellos con daños, los cuales tienen que ser reparados debido al cariño e historias que guardan”, detalla quien desde entonces se ha convertido en el restaurador de la Fe.
Explica que, desde entonces ha venido realizando esta tarea, la cual realiza con mucho cariño y devoción, sintiéndose satisfecho de la confianza que las familias depositan en el dejar en sus manos el poder tener una vez más a sus santos.
“Me alegra y me llena de satisfacción poder tener esta “encomienda divina”, pues qué mortal no siente gozo en su corazón de poder reconfortar un sentimiento tan grande como lo es el amor y devoción a una imagen de culto, que los ha acompañado en los momentos buenos de la vida, pero más aún en esos momentos tan difíciles y de desesperación, que nos han llegado a ponernos en sus manos de misericordia , para que sean intermediarios en una solución favorable a nuestros problemas”, agrega emocionado.
Los trabajos.
Menciona que a mediados de noviembre de cada año es la misma rutina, abrir las puestas de su humilde hogar, para poder atender a todo tipo de imágenes y en diversos materiales, ya sea de yeso o madera que son los más antiguos, fibra de vidrio, cuadros de madera, entre otros materiales, desde el mas pequeño de 10 centímetros, hasta los de un metro y medio, “Para todos hay un espacio en este hospital de la Fe y con gusto siempre los atendemos, hasta que nuestra misión en la tierra nos lo permita”.
Recuerda que en una ocasión le llegó un trabajo de un niño Dios, una pieza de madera que de acuerdo a los dueños tenia aproximadamente 80 años y ha sido de su familia, viniendo de generación en generación, “Nos llegan de todas partes de la región y cada uno con su propia historia”.
Señala que hay algunos casos que llegan con grandes daños, casi destrozados en la totalidad, los cuales se tienen que tratar de una manera más especial, pues la estructura presenta un daño más severo y en ocasiones se tiene que reconstruir cada pieza.
“Esto es prácticamente como un rompecabezas y nos damos a la tarea de ir armando parte por parte, a veces si se logran hallar todas las piezas aunque sean pequeñas y se va tratando de irlo armando, cuando no se tiene todas las piezas, tenemos que hacerlas al tamaño exacto”, agregó diciendo que su condición de escultor le permite de alguna manara moldear las piezas faltantes.
La satisfacción.
“Este trabajo me llena mucho de alegría pues la gente llega aquí como sacando esa parte de lo que le esta agobiando en el alma con respecto a su Fe, pues no llegan solo diciendo quiero que repares esto, es todo un proceso con el cual ellos sanan su espíritu, su corazón, al saber que recuperarán algo tan querido y contarme como llegó a sus manos, a su hogar, si lo compraron, si se lo regalaron o paso de mano en mano dentro de sus familia”, expresa.
Cuenta qué esto es un alivio para las personas, pues depende del valor sentimental de sus piezas y por más dañado que se encuentre buscan recuperarlo, “Tal vez alguna otra persona puede decir, ya no tiene remedio y comprar otra pieza, pero el cariño que le tienen hace que busquen volver a tenerlo, algunos refieren que les han cumplido algunas cosas- milagros- y quieren volver a tenerlo como parte de su Fe, por eso año con año reabrimos el hospital de la Fe”.